lunes, 5 de septiembre de 2011

Aullido

Yo le canto
a las manos
de mi madre,
delgadas y eternas,
que a veces
me acarician
con tanta ternura
que me siento
como un perro
bienamado.

Le canto también
a la espalda
de mi padre
que se enamoró
de la cama donde duerme,
por eso algunos días
le duele
no puede
no quiere
levantarse.

Yo le canto
a los oídos
de Karla,
por soportar
tanta estupidez dicha
y tanto silencio.

Y por último le canto
a los grandes ojos
de Nikesha,
llenos de agua,
listos para llorar,
para vernos morir.