a las manos
de mi madre,
delgadas y eternas,
que a veces
me acarician
con tanta ternura
que me siento
como un perro
bienamado.
Le canto también
a la espalda
de mi padre
que se enamoró
de la cama donde duerme,
por eso algunos días
le duele
no puede
no quiere
levantarse.
Yo le canto
a los oídos
de Karla,
por soportar
tanta estupidez dicha
y tanto silencio.
Y por último le canto
a los grandes ojos
de Nikesha,
llenos de agua,
listos para llorar,
para vernos morir.
1 comentario:
suertudo
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