miércoles, 4 de diciembre de 2013

Mitad

Ya había bajado las escaleras
para saludarla envuelta,
como siempre,
en una manta de luz de madrugada.

Le serví una taza de café
y el vapor se condensó en sus ojos,
huyó por sus lagrimales
hacia aquellos días de "para siempre".

Acaricié su cabello aún húmedo
por la ducha reciente
y una vida empapado
en secretos.

- El silencio jamás había tenido
tanto silencio contenido -

Me extendió la mano sin mirarme
mientras contemplaba la misma flor
por la misma ventana que la hacía
llorar la misma costumbre.

Dio un sorbo a su café.
Quemó sus labios.
Las palabras murieron al instante
con quemaduras de tercer grado.

Los vellos de su antebrazo izquierdo
se erizaron medio segundo.
Esbozó media sonrisa y se dispuso
a vivir a medias conmigo media vida.

A veces a medianoche,
a veces a mediodía.
Y sí, se parecía a mi alma.
Y se parecía a la palabra melancolía.

Pero sólo cuando de perfil
miraba esa flor casi marchita,
porque esa flor ya no florecería.

Por eso la miró por vez última.
Cerró los ojos suspirando.
Se levantó y caminó despacio.

Se levantó y caminó despacio.

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