Yo tenía una certeza
habitada por una incertidumbre
demasiado real para ser ignorada.
Un día floreció
y el tormento eterno que había prometido
no era sino la vida misma
fluyendo cotidiana.
Ese dolor que se avecinaba
como nubarrones de chubasco inconfundibles
se disipó orgánico sobre el espacio
y pasó sin advertencia.
Lamentablemente, en estos ojos sin tregua
habían caído las últimas hojas
y ya estaba atardeciendo.
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